Si el balonmano era el deporte de nuestra infancia, el atletismo lo fue de mi juventud. Corrían los años ochenta y, tras probar con el mediofondo en la extinta sección de ese deporte del club Real Zaragoza, opté por cambiar a la Marcha atlética con el equipo oscense de la Peña Zoiti.
Reconozco que fui otro atleta más voluntarioso que efectivo. Acudía a las pistas entre clase y clase de mi Facultad. Jamás dejé de hacer una serie ni falté a ninguna prueba, aun cuando mis resultados no pasaran de modestos. A lo sumo, aquel Campeonato Universitario de Zaragoza en la modalidad de 10 km. marcha y aquella participación en el Nacional celebrado esa misma temporada en Santiago de Compostela. Todo ello con el hándicap de que cada registro fuera siempre mejor en los entrenos que en plena competición.
De aquella época conservo recuerdos imborrables. De Pedro, gran entrenador y grandísimo caballero... De Alberto, Belén, Begoña o Jesús, mis compañeros de pista... De tantas series, de tanto rodaje, de tantas vivencias. Incluso en cierta ocasión, compitiendo en una edición de la Internacional de Marcha Terrassa-La Mata conocí en persona a ese deportista que veneraba: Jordi Llopart.
Además de un pionero en esa disciplina con trece Copas del Mundo en sus zapatillas, Llopart fue el primer atleta medallista olímpico de España -plata en los 50 Km. marcha en los Juegos de Moscú, 1980-, sumando también entre otros títulos el de Campeón de Europa en esa misma modalidad en Praga, 1978.
En esta tarde de un año con tantas despedidas, he sabido de su adiós. Pese a mi admiración, aquella tarde en La Mata no acerté a decirle nada, más allá de algún saludo informal. Hoy le doy las gracias por todo cuanto hizo por nuestro Deporte, por el Atletismo y por esa Marcha atlética a la que tanto entregó y de la que tanto hemos recibido.
Marchando hacia el Olimpo de los elegidos, ¡descanse también en paz!
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