Si como decía mi abuela, en boca cerrada no entran moscas, parece que en estos tiempos tampoco Coronavirus. Al menos así se desprende de distintos estudios científicos que vienen a demostrar que permanecer callado en ambientes concurridos constituye una buena vacuna contra la COVID19, al disminuir la cantidad de virus circulante y, con ello, el riesgo de infección.
De ahí que la mismísima Organización Mundial de la Salud incite a realizar actividades al aire libre o en habitáculos amplios y bien ventilados, promover ese silencio en espacios cerrados, utilizar sistemas de amplificación de voz para impartir clase en centros educativos, recomendar hablar por el móvil en exteriores o en las estancias más amplias y mejor aireadas, mantener abiertas las ventanillas de los coches... Y por supuesto, no gritar.
El silencio mejora sensiblemente nuestra circulación cerebral, estimula la creatividad e invita a la reflexión -al restaurar conexiones cognitivas-, favorece el sueño fisiológico, limita los niveles de estrés -disminuyendo la secreción de adrenalina y cortisol-, alivia la sensación de fatiga, acota la probabilidad de enfermedades cardiovasculares... Ahora sabemos también que reduce nuestro riesgo de contagio.
Por eso, no me ha extrañado que en el taxi que tomé esta mañana su conductor apenas nos hablase durante todo el trayecto. O que por la tarde, en esa peluquería donde me atienden, el único sonido que escuchara fuese su hilo musical. Quizá sin darnos cuenta, estábamos haciendo prevención.
De manera que, aun siendo seres vivos de costumbres a quienes gusta comunicar y sin pretender acallar a nadie, durante cierto tiempo aplicaremos el lema Silencio, por favor. Al menos en eso de no gritar. Y es que además, en tantísimas ocasiones, ¡para lo que hay que decir!
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