En mis treinta años ejerciendo la profesión de Médico he padecido dos agresiones físicas. La primera hace ya mucho, cuando me negué a prescribir aquel medicamento a un paciente que en mi opinión ni siquiera lo precisaba. La segunda no hace tanto, cuando cierto viajero irrumpió en mi despacho exigiendo que le vacunase inmediatamente porque no podía esperar. Y aun cuando en ambas los daños fueran menores, ninguna de ellas se puede tolerar.
En esta misma línea, probablemente por todo cuanto estamos viviendo, vengo constatando un aumento creciente de mis enfrentamientos verbales a través del teléfono con determinados usuarios que quizás en su enfado contra la Administración te ven su representante y cargan contra ti. Así, a pesar de ajustarme a protocolos establecidos y procurar la máxima empatía, reconozco que en estas últimas semanas y en el ejercicio de mi labor, me he sentido increpado -e incluso amenazado- en alguna ocasión... Y eso, para cualquier trabajador, tampoco se puede tolerar.
Recientemente, en cierto municipio de mi Comunidad, un paciente y sus familiares arremetían -portando hasta una barra de hierro- contra su médico y su enfermero por la demora sufrida durante la realización de una prueba PCR. Y el propio sindicato médico CESM alertó a finales de agosto en algunas áreas del continuo e inadmisible aumento de agresiones verbales e incluso conatos de violencia física hacia médicos de familia y pediatras de los Centros de Salud durante el desempeño de sus funciones.
De ahí que a estas alturas ya nadie reclame aplausos ni reconocimientos... sino respeto para cada profesional que sigue/seguimos combatiendo contra ese maldito Coronavirus y, por supuesto, contra cualquier otra enfermedad. Por eso, una vez más, ante las agresiones a sanitarios: ¡Tolerancia cero!
lunes, 14 de septiembre de 2020
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