Hace mucho, mucho tiempo, que no me cuento un cuento. Esta noche me lo recordó nuestra Sirenita. Así que he decidido narrarme hoy mismo uno. Concretamente el titulado Mil soles, una luna incluido en mi libro Cartas para un país sin magia (Ediciones Irreverentes). Quizás haga lo mismo durante estos próximos siete días en los que volveré a estar de guardia. Por ello, si no me veis por aquí, sabed que no me he perdido... Simplemente, me he encontrado con los cuentos.
"Hubo
un tiempo en el que la Tierra tenía miles de soles. El cielo estaba repleto y
pese a la hermosura del paisaje, la vida se tornaba inaccesible. Por un lado,
nuestro planeta andaba perdido tratando de cuadrar tanto movimiento de
traslación; por otro, esos rayos azotaban su superficie convirtiendo en
secarrales el menor atisbo de mar. Además, la luz no tomaba un segundo de
respiro. Al igual que en los mapas de verano, siempre lucía algún sol.
Dios
se percató de tal circunstancia, decidiendo crear la noche. Con ella los soles
descansarían y la Tierra quedaría aliviada de tanto y tanto calor.
Para
que su oscuridad no fuese prominente, decidió pintarle una luna. Y así nuestro
mundo comenzó a caminar. La mitad del tiempo para el día con sus mil soles; la
otra mitad para la noche, con su luna.
Los
primeros eran muy simples. Despiertan con el alba, repiten de este a oeste su
recorrido y se acuestan al atardecer. ¡Pura monotonía!; lo mismo cada
veinticuatro horas. Para qué cambiar, si nada va a cambiar. La Luna, por el
contrario, luce más sofisticada. Cada noche despunta con un nuevo atuendo. Mesa
los cabellos, almidona la blusa, pone carmín en sus labios. Le gusta sentirse
viva, saberse cambiante.
Una
tarde, poco antes de anochecer, esa Luna asomó en la distancia. Los soles aún
no se habían acostado. La ven y quedan ensimismados por su hermosura. ¡Qué
belleza! Tratarán de enamorarla. Pero así, siendo tantos, no podrá prestarnos
ninguna atención. De modo que acuerdan un pacto de caballeros: cada amanecer
saldrá sólo uno de ellos para dar luz a la Tierra, intentando conquistarla en
ese objetivo. Uno, y otro, y otro... hasta que aquella esfera que preside la
noche se rinda al encanto de alguno.
Por
eso, aunque todas las mañanas el Sol asoma igual, resulta siempre distinto. El
de hoy no es el de ayer ni tampoco el de mañana, si bien en apariencia se vean
tan similares. Cada madrugada amanece uno nuevo.
Sin
embargo, con la Luna ocurre lo contrario. Cada noche se muestra diferente, mas
es siempre ella, la misma. Cada atardecer florece de una manera, en cualquiera de sus
ciclos. La de hoy fue la de ayer y será la de mañana, aunque no lo parezca.
Unas veces crece, otras decrece, se muestra en plenitud o se esconde tras el
horizonte.
Mil
Soles en busca de una Luna. ¿A que parece un juego de magia?".
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