A finales de abril deseaba firmemente que llegase el verano, confiando en que la incidencia de infecciones por Coronavirus disminuyera tanto por el aumento de temperaturas como por el mayor compromiso poblacional a la hora de asumir sus medidas preventivas. Después de constatar que solo en el último fin de semana se han declarado nada menos que 26.560 casos nuevos en España, resulta evidente que me equivoqué. De hecho, a este ritmo mío de semanas alternas de guardia epidemiológica, percibo un incremento de las alertas que indica claramente que no vamos bien. Y al asomarme desde mi terraza al pasaje en el que se ubica una terraza de bar, contrasto cien actitudes apuntando en esa misma dirección.
Podría insistir en el uso de mascarillas, en el distanciamiento social, en el lavado de manos... Podría dar argumentos contrastados, desmentir bulos, aludir de nuevo a la responsabilidad individual... Incluso podría recordar que hemos aprendido a abrazarnos sin tocarnos, a sentirnos cerca aun estando lejos... Pero ante esa realidad que muestran los datos, tampoco sé qué decir.
A finales de agosto deseaba firmemente que llegue el invierno, confiando en que esa incidencia se reduzca con la venida de alguna vacuna eficaz. Aunque a estas alturas del calendario, sincera y tristemente, estoy empezando a dejar de confiar.
miércoles, 9 de septiembre de 2020
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