Chema fue un librero de los de toda la vida. En su librería Don Bosco de León, te informaba con detalle de las últimas novedades, compartía su opinión sincera sobre esas novelas que hubiera leído, y acariciaba cada ejemplar como quien acaricia a alguien a quien ama. Él era también uno de mis mejores lectores, mostrando siempre entusiasmo por mis cuentos y recomendado mis obras entre sus clientes cada vez que podía. Sin duda, su favorita era Nanas para un Principito.
La última vez que coincidimos fue después de Reyes, cuando repuse un lote de libros tras las ventas habidas en la campaña de Navidad. Compartimos sonrisas, inquietudes, vida. Incluso apuntamos algo de un por entonces enigmático Coronavirus.
Entre bromas, aseguró que en mi caso carecía de ambición literaria, que necesitaba un agente que me pudiera representar. En alguna editorial grande, cualquiera de tus textos llegaría a best seller. Y yo le respondía que si Gabriel García Márquez escribía para que sus amigos le quisieran más, yo simplemente lo hacía para así querer más a mis amigos como él.
Esta tarde he sabido que Chema se despidió de nosotros hace siete días. Se marchó fiel a su estilo, sin apenas hacer ruido. Todavía tengo el vello erizado, la emoción en el alma. Lo siento muchísimo, porque además de lo dicho, era una persona excepcional.
Le recordaré mientras viva y prometo dedicarle en ese futuro incierto alguno de mis libros. Y es que, conociéndole, sé que desde hace una semana tengo otro agente literario allá arriba en el Cielo.
Descanse en Paz.
viernes, 4 de septiembre de 2020
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