De entre el refranero de mi abuela Concha, destacaba
aquel dicho que insistía en que las cosas del suelo no se cogen. Ella era capaz de reconocer la belleza, de encontrar la
frase exacta para cada momento, de ser viento bajo nuestras alas. Pese a
ello, mi abuelo Ildefonso nunca le hizo demasiado caso. A fin de cuentas, en
aquellos tiempos de posguerra, él solía recoger colillas que los fumadores
tiraban a la acera para desmenuzarlas y revender de nuevo su labor del tabaco.
Esa misión de estraperlo era, sin duda, un método infalible para llevar algo
más de dinero a casa que –por entonces, con cuatro hijos y una cartilla de
racionamiento- buena falta les hacía. A fin de cuentas, los puertos quedaban
lejos y, aun sin olvidarse nunca de su mar, hubo de reconvertir aquella profesión
en maletero de una estación del ferrocarril...
Paralelamente, sesenta años
después y aun cuando sea por distintos motivos, me encuentro como él: sin hacer
caso a nuestra abuela y recogiendo colillas de diferentes espacios naturales.
Cada vida es propia, pero estoy convencido de que las vidas resuenan. Unas veces
de forma organizada, a través de esa asociación a la que pertenecemos y que
dedica parte de su esfuerzo a limpiar de basura tantas riberas de río… Otras de
manera improvisada, como esas batidas junto a mis hijos y algunos de sus
amigos, en aquellas playas en las que pasamos cada verano...
En todo caso, la
educación al respecto resulta fundamental. Encontrarle sentido a algo que
parece que no lo tiene. Si mi abuelo recogía colillas del suelo para salvar a
su familia, nosotros las recogemos desde la convicción de que así ayudamos a salvar
nuestro planeta. Con Fortaleza, aun cuando lo peor de ser fuerte es que se dé
por supuesto que siempre estarás bien... Con Bondad, aunque lo peor de ser
bueno sea que den por supuesto que siempre dirás que sí... Con Humildad,
sabedores de que creer ser algo es el gran obstáculo para serlo de verdad: quien
cree que ha llegado, no camina... Y especialmente, con el Entusiasmo que caracteriza a todos cuantos celebramos este Día de la Tierra.
Nota: Texto perteneciente al epílogo Recogiendo colillas de mi libro Catorce lunas menguantes (MAR Editor), ilustrado por la genial Raquel Ordóñez Lanza y galardonado con el II Premio Liliput de Narrativa Joven.
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