Aun cuando parezca una frase más optimista que positiva y yo siempre haya apostado por las segundas, reconozco que últimamente he hecho de ella el lema de mi vida: Todo va a ir bien. La tomé prestada de un concierto inolvidable del cantautor Luis Guitarra, tal como me recuerda aquel colgante que nos regalaron mis hijos a su final. Desde entonces, apenas me lo he quitado.
Y como si fuera un talismán, recargo con ella la confianza en mí mismo, creyendo realmente que las cosas buenas aún pueden pasar. Al repetirla, me siento cerca de cuanto quisiera conseguir. Me sé más capaz, más querido, más agradecido.
Admito que en estos tiempos de pandemia, desencuentros -¡cómo duele la Guerra de Ucrania!- y demás jinetes modernos del Apocalipsis, demasiados miedos nos susurran lo contrario, restándonos mucho de cuanto somos. De ahí que el Todo va a ir bien, más que una mera declaración de intenciones, sea una apuesta firme por la Esperanza; esa virtud que -como asegurara alguno de mis personajes- no es nunca lo último que se pierde... ¡Será siempre lo primero que se encuentra!
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