Con motivo de la retirada de las grapas de mi herida quirúrgica, ayer fue el primer día desde que me intervinieron en el que salí a la calle. De hecho, la temperatura resultó de lo más grata -en mi ciudad llegaron a superarse los 20º C. de máxima-, invitándome a que llevara chaqueta en mano. Algún viandante camina incluso en manga corta.
Asumiendo que ando demasiado sensibilizado con el tema, apenas pisar la acera capta mi atención que todos los calefactores de la terraza que tenemos a la puerta están encendidos. Sin clientes, pero con llama. Lo mismo sucede en otra cafetería de esa céntrica plaza, donde su aparato prende a toda potencia; desde luego, sin banquetas ni mesas al lado que hicieran suponer que alguien se estuviera aprovechando del calor desprendido. A más de 20º C, tampoco haría falta.
Ante mi extrañeza por ese uso, cierto camarero de lo más atento nos dice que están ahí para decorar, que a sus clientes les gusta así. Además, para eso pagan. Y en nuestro adiós, apunta: No estamos para fríos ni para más sacrificios.
Es verdad que a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades europeas -el uso de estos artefactos no está permitido en muchas de ellas, a sabiendas de la cantidad de gases con efecto invernadero que desprenden-, el manejo de calefactores externos carece de regulación específica en las nuestras, lo que da cobertura a este empleo irresponsable. Ni parece correcto que un calefactor haga las veces de adorno -claramente, esa no es su función-, ni que porque alguien pague adquiera derecho a contaminar. Con todo, lo que más nos llama la atención es su manejo de la palabra sacrificio.
Poco después, en la sala de espera de mi Centro de Salud leo que, según expertos internacionales, la guerra que actualmente vive Ucrania solo se detendrá con un bloqueo a la importación de fuentes de energía rusa. Berlín paga diariamente a Moscú más de 200 millones de euros por el gas que le compra, lo que permite seguir financiando cualquier acometida. ¿Qué preferimos, la paz o el aire acondicionado?, ha llegado a plantear el primer ministro italiano Mario Draghi. Algunos gobiernos -el húngaro fue el primero, pero no el último- ya le han respondido, asegurando que no están dispuestos a ningún sacrificio que afecte a sus ciudadanos... Algunas encuestas entre estos apuntan mayoritariamente en su misma dirección.
A este paso, tristemente y abogando siempre por los consumos responsables, acabaremos cambiando aquel refranero de nuestra abuela. Porque mientras ande yo caliente, lo demás -desde el deshielo en la Antártida a los bombardeos en Mariúpol- parece no afectarnos demasiado.
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