En la metrópoli ucraniana de Mariúpol, los sitiadores rusos apenas respetan nada. Más del 80% de sus edificios han sido destruidos por los bombardeos, y los residentes que quedan en ella -se estima que entre 100.000 y 160.000- carecen de agua, luz, electricidad y otros productos de primera necesidad. Según su alcalde, al menos 10.000 de sus habitantes han fallecido como consecuencia del asedio -si bien, podrían ser más del doble- y las calles se encuentran literalmente alfombradas de cadáveres. Denuncia también que entre 20.000 y 30.000 de sus vecinos han sido deportados de manera forzosa a territorio controlado por Rusia. Según la Fiscal General de Ucrania, Mariúpol es uno de los 6.000 lugares del país en los que a día de hoy se están cometiendo -presuntamente- crímenes de guerra, habiéndose asesinado civiles de modo deliberado bajo la excusa de desnazificar la región. Incluso se ha difundido la noticia de que las tropas invasoras pudieran haber empleado allí algún dron para expandir agentes químicos.
En los ataques de esta mañana, otro proyectil lanzado desde cualquier tanque ruso ha destruido el centro de Cáritas en la ciudad, causando la muerte de al menos siete personas -dos de ellas trabajadores suyos- que buscaban refugio en sus instalaciones. A sabiendas de la labor desarrollada por esta organización, lo sentimos de corazón.
Y así sumamos ya casi cincuenta días de horror, con escenas tan dantescas -desde saqueos a violaciones, sin olvidar tantos asesinatos indiscriminados- como las habidas en Bucha, Borodyanka, Kiev... o ahora en Mariúpol. La guerra es, sin duda, la madre de todas las locuras. ¿Hasta cuándo?
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