Tras demasiados días de trabajo ininterrumpido, ayer tuve descanso. Sé que el Coronavirus no da tregua, pero para seguirle combatiendo era necesario que parase. Estuve en casa con mis hijos, aunque pegado al teléfono móvil. De hecho, a primera hora recibí una llamada del servicio médico de otra residencia de ancianos, a propósito de ciertas actuaciones preventivas. Allí la preocupación es mucha, y más con las noticias de los últimos días. Su esfuerzo por controlar la situación me parece de lo más encomiable.
Después del estudio previsto, y dado que era el día dedicado al Deporte, en los pasillos practicamos conjuntamente una tabla de gimnasia. La Sirenita dio varias vueltas con sus patines en la terraza; el Principito me retó a otra partida al ajedrez, que en cuanto esto se resuelva jugará en la última jornada por el campeonato escolar de su categoría. Quedamos tablas.
Mientras, en el balcón de al lado, otros vecinos hacían también su ejercicio particular. Eran dos jubilados que le daban vueltas, para mantener a raya esa tensión arterial.
Después de atender alguna que otra llamada, a las ocho de la tarde salimos a aplaudir por la ventana a todas aquellas personas que siguen estando ahí fuera para que nosotros podamos estar aquí dentro. Y a la hora de acostarnos llegó la noticia triste, al saber que el Coronavirus se había llevado por delante a un conocido nuestro. Le vimos en Navidad y, como buen lector que era, aquel encuentro fue en cierta biblioteca. Comentamos sobre mi última obra; no sé si la leería. Conociéndole, estará ya en ese paraíso particular rodeado de letras y de libros.
Quizá por todo ello, ayer no hubo cuento en el preludio de nuestros sueños. Ni siquiera hubo entrada en este blog. Y es que hay ocasiones en los que ellos también necesitan tomarse algún tiempo de respiro.
jueves, 19 de marzo de 2020
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