Cierta tarde de febrero, al pasar junto a esa terraza, me encontré con mi amigo Jaime sentado en ella tomando una cerveza. Me llamó la atención que estando él solo hubiera encendidas cuatro estufas, arrojando al ambiente sus chorros de calor.
Durante la conversación que mantuvimos, le comenté tres detalles al respecto. El primero, que la Tierra lleva un tiempo enviándonos señales para que dejemos de maltratarla -basta recordar que cada segundo se vierten unos 200 kilos de plásticos al mar-, y que muchas de las catástrofes naturales que sufre el mundo son consecuencia directa de nuestra actividad. El segundo, que en esos días la Antártida estaba marcando temperaturas récord próximas a los 20º C -con su efecto negativo sobre el deshielo-, cuando lo habitual en esa época es que rondasen los 0º C. Y el tercero, que desde el 1 de enero la ciudad francesa de Rennes había prohibido dichos aparatos a sabiendas de que, como su alcalde asegurase ante la emergencia climática que vivimos, una terraza equipada con cuatro braseros que funcionan ocho horas al día emite tanto CO2 como un trayecto en coche de 350 kilómetros.
Jaime, siempre jocoso, me respondió: ¡A ver si ahora no voy a tener derecho a tomar esta caña en la calle!
En una charla posterior, con otra cerveza por testigo, comentamos que el cambio climático estaba disparando el número de vectores, lo que conllevaría un aumento en la incidencia de las enfermedades que ocasionan -como sería el caso de la Malaria, causante de más de un millón de muertos cada año-. También, que el incremento global de las temperaturas acabaría modificando la microbiología de nuestras infecciones. Por poner un solo ejemplo, algunos hongos -como la Candida Auris- han incrementado ya su resistencia a las altas temperaturas.
Ayer conversé con Jaime por teléfono. Siempre directo, me preguntó: ¿Y esto del Coronavirus tiene algo que ver con ese cambio climático con el que nos amenazas cada vez que pretendo tomar una cerveza? Dado que somos los humanos quienes lo transmiten -y aun cuando se sepa que la contaminación del aire aumenta la susceptibilidad a padecer procesos respiratorios-, parece que no.
Sin embargo, a mi entender, la lectura nunca debería ser esa. Esta pandemia nos ha revelado que no somos inmunes ni todopoderosos; que un solo microorganismo puede parar nuestra rutina, nuestra economía, nuestras vidas... como podría pararlo cualquier desastre medioambiental.
Entre tanto, la Naturaleza seguirá su curso.
Quizá sea el momento para revisar nuestra relación con ella, tantos excesos o derechos supuestamente adquiridos, ese frágil equilibrio entre lo que podemos y debemos hacer. Porque en la Vida unas veces se gana, otras -las más- se aprende... Y sin pretender amargarle a nadie su cerveza -mucho menos a ti, querido Jaime-, ojalá que no dejemos escapar esta lección.
lunes, 30 de marzo de 2020
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