Sucedió a principios de los noventa en cierta aldea del norte de Benin. El plan de aquella jornada era vacunar a los miembros de alguna tribu contra la maldita Poliomielitis, atravesando otra senda peligrosa. Allí no había festivos. Desde esa inconsciencia que te dan los veinte años, me ofrecí voluntario. Me preocupaban en especial los más pequeños. De manera que al alba partimos tres personas en aquel land-rover dispuestos a cumplir con la misión.
A mitad de camino nos detuvo la guerrilla. Tomaron nuestra comida, una cadena con mi Pilarica y parte del equipo, pero pudimos seguir. Tuve miedo, aunque no se me notó. Y una vez en la aldea, administramos cada vacuna según lo programado. Cuando regresamos al campamento base, ya sin más incidentes, nos recibieron entre aplausos y sonidos del tamtán. No lo hicimos por eso, pero me pintaron una sonrisa. Al contárselo por teléfono a mis padres, dijeron que ellos también habían aplaudido en la distancia: "¿No nos oíste?".
Aquel mismo atardecer decidí hacerme médico preventivista, para a través de la epidemiología poder seguir ayudando a distintas poblaciones.
Ahora, treinta años después, contemplo mi plan para mañana en este combate diario contra el dichoso Coronavirus. Aquí tampoco hay festivos. Desde esa sensatez que te dan los cincuenta, me ofrezco voluntario. Todos mis compañeros se han ofrecido. Nos preocupan especialmente los más mayores. De modo que a primera hora estaremos en nuestros puestos registrando cada caso declarado -a fin de establecer la correspondiente curva epidémica-, diseñando los estudios de contactos, indicando estrategias preventivas o resolviendo cuantas dudas pudieran surgir. Al menos esta vez no habrá guerrilla que me quite la imagen de mi Pilarica. Digo que no tengo miedo, si bien lo importante es que nunca se note. Y al volver por la tarde a esa tienda de campaña que constituye mi hogar, escucharé en los balcones el aplauso y algún que otro acorde de guitarra que nos dedican nuestros vecinos -extensivos, por supuesto, a otros muchos profesionales que siguen estando ahí-. Nadie lo hace por eso, pero reconfortan. Y entre ellos, los de mis propios hijos que dibujando sonrisas volverán a preguntarme: "Papá, ¿nos oíste?".
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7 comentarios:
¡Qué bueno! Como siempre.
Sigue en tu línea Manolo , que no decaiga tu oferta a la vida , gracias por ofrecerte a todos tus semejantes.
Era el desconocido que te agradecía antes
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Me has emocionado, primo. Gracias por todo lo que hacéis los que os dedicáis a cuidar a los demás y, especialmente a ti, que eres una gran persona a 360 grados!
Gracias Manuel! Oír tus reflexiones nos enriquece. Feliz finde en familia
Un aplauso diario y todos los aplausos antes y depues del coronavirus. Que cambiante es el juicio de los humanos. Antes de la pandemia, me toco ir un domingo a urgencias, asma, nada importante. Y leia mientras esperaba, un cartel pegado a la puerta de cristal, que pedia no mas maltrato al personal sanitario, una campaña anterior al coronavirus. Ya ahora la gente aplaude diariamente por las ventanas, que se agradece. Pero, solo valoramos a las personas cuando el peligro es inminente?
Nos falta reflexión personal, a todos, me incluyo. Solo valoramos lo que conocemos, lo que hacemos, lo que tenemos. Cuando nos falta, es cuando recapacitamos. Tenemos que aprender desde la tierna infancia, que reflexionar es callar, es parar, es pensar. Nos haria mejor adultos a todos nosotros. Agradecer cada dia a todos y todas, lo que hacen y hacemos un mundo posible y mejor. Va mi aplauso por ti Manuel.
Un abrazo enorme. Mucho ánimo.
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