Dicho por supuesto con el máximo respeto ante los casos, la epidemia de Coronavirus ha servido para que algunas personas sepan por fin en que consiste mi trabajo de médico: precisamente en eso, en el control y prevención de enfermedades. También ha permitido visibilizar el Sistema de Vigilancia Epidemiológica en España, conocer la capacidad de acción de los profesionales de nuestra Salud Pública -en este sentido, me consta el esfuerzo que están haciendo todos mis colegas- y en una licencia más literaria, constatar que el miedo -al igual que el dinero- no hace ni mejores ni peores a las personas; simplemente las descubre.
No obstante, de quien más he aprendido durante estos días ha sido de mis hijos. De ellos, que rescataron un termo para que tuviera café, pues les dije que hay mañanas en que no nos queda tiempo ni para ir a tomarlo... De ellos, que después de otro domingo de guardia atendiendo mil consultas, me recibieron en casa con ese bizcocho de chocolate... De ellos, que celebraron su fiesta de cumpleaños sin que papá pudiera acompañarles por motivos de trabajo.
Por cierto, mi Sirenita aún luce la corona de aquel día... Y de paso me pregunta que cuántos años cumple el dichoso virus. Porque -como bien insiste- si no fue su cumpleaños, que le quiten pronto esa corona que ni siquiera le corresponde para que vuelva a estar con ellos como antes.
martes, 3 de marzo de 2020
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3 comentarios:
Como siempre Manuel, ese baile sinuoso entre la medicina y la literatura acompañado de la melodía del día a día; hace de tu expresión ese saber dulce que se desliza en el pensamiento de quien te lee, provocando según se te lee, una y mil ideas. Este fragmento suscitaria, sin lugar a dudas, una buena tertulia socioliteraria, con el regusto de otro siglo. Algunos las echamos de menos, aunque no pertenezcamos a ese tiempo. Te atreves Manuel? Cafe, pasta de te y tertulia.
Hermoso dentro del caos. Y si, los niños son las hojas de nuestro árbol. Besos
Buenas noches y mil gracias por esos comentarios:
Me encantan vuestras palabras. En efecto, estaría genial una tertulia de ese tipo... aunque mejor cuando pase el chaparrón. Y por supuesto, los niños son las hojas -además de la savia, los brotes e incluso la sombra- de ese árbol nuestro que a menudo nos parece enorme y que a veces es tan solo un bonsái.
Mil sonrisas.
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