La Ciencia está llena de dudas, si bien posee razones que resultan irrefutables: el agua potable y las vacunas son los dos logros que más vidas han salvado hasta la fecha en la historia de la Humanidad.
Ante cualquier enfermedad infecciosa, el hallazgo de una vacuna supone un elemento esencial para combatirla, e incluso en algunos casos -como ocurrió con la Viruela y probablemente acabe sucediendo con la Poliomielitis- para su completa erradicación.
En estos tiempos del Coronavirus existe otra lucha contrarreloj por parte de diferentes laboratorios para encontrar una vacuna así. De hecho, de mi estancia en el Instituto de Salud Carlos III, conozco personalmente la honestidad de varios científicos españoles que trabajan en alguno de esos proyectos... Sé de la minuciosidad de cada fase en ese proceso de fabricación hasta alcanzar algún producto que sea tan eficaz como seguro... Y me consta también el compromiso adquirido por la Federación Internacional de la Industria Farmacéutica -a la cual pertenece la patronal española Farmaindustria- de que el acceso a los tratamientos y la vacuna contra esta COVID19 sea asequible y equitativo en todo el mundo.
Desde este observatorio que constituye mi Sección de Epidemiología -incluido su Centro de Vacunación Internacional-, contacto a menudo con personas que están en contra de cualquier vacunación. Cierto es que en España esta praxis no resulta obligatoria -salvo en circunstancias especiales de Salud Pública-, pero cierto es también que constituye un ejercicio de responsabilidad y solidaridad. No en vano, el rebrote registrado en algunas enfermedades -como el mismísimo Sarampión- obedece sin duda a tal actitud. Y es que, por el llamado efecto rebaño, cuando yo me vacuno, protejo también a cuantos me rodean.
Durante estos días, he tenido acceso a un estudio francés en el que se avanza que al menos una cuarta parte de la población rechaza de entrada su posible vacunación frente a Coronavirus. Paralelamente, he recibido por wasap varios mensajes de personas generadoras de opinión, posturándose en contra de cualquier preparado que pudiera descubrirse. Entre sus razones figuran argumentos subjetivos del tipo no quiero aumentar mis posibilidades de enfermar, no contribuiré al negocio de estas multinacionales farmacéuticas o no soy un inconsciente con el que puedan ensayar. Evidentemente, todas las opiniones son respetables, pero ante tal escenario cabría la posibilidad de que no se alcanzase inmunidad de grupo y consecuentemente la pandemia no se pudiera extinguir.
De ahí que con franqueza pretenda desactivar tales premisas, desde esa convicción compartida con Jeffrey Kluger, uno de mis escritores de cabecera: las vacunas salvan vidas; lo que las ponen en peligro son nuestros miedos.
lunes, 18 de mayo de 2020
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario