Me gustan los Viernes. Quizá sea desde que escuché decir al filósofo Fernando Savater que los mejores días son siempre las vísperas, y el Viernes lo es de los fines de semana... Por ello, durante este confinamiento hemos tratado de hacer de ese día un día especial. Y más desde que leí en cierto libro de Manuel Vicent que nadie muere en la víspera.
De manera que en esa jornada decidimos desde el principio hacernos algún regalo: de papá-mamá a los hijos, y viceversa. Hoy al Principito le ha caído un muñeco articulado, a la Sirenita dos libros de cuentos y a nosotros tres dibujos con colores. Además, como si de un cambio de Fase se tratara, ampliamos a esta fecha el postre con helado de chocolate que reservábamos para sábados y domingos. Charlamos con amigos por videoconferencia, aparcamos hasta el lunes las tareas escolares... Y a fin de acabar el día con sobresaliente, disfrutamos de una película en familia. Esta vez eligieron ellos. Oí que dudaban entre Vaiana y alguna de la serie Toy Story... En cualquiera de los casos, nos tocaría de dibujos animados.
Tras esta pequeña diferenciación pretendemos engañar a la monotonía, evitar ese Síndrome del Domingo Eterno que amenaza con llenar las consultas de mis colegas psiquiatras, recordarnos que estamos vivos, unidos, activos, sonrientes... recargando baterías para el resto de la semana.
Me gustan los Viernes, aunque vuelva a estar de guardia, como este. Al igual que la escritora Nanea Hoffman, me agrada felicitarme por haber sobrevivido otra semana con poco más que cafeína, fuerza de voluntad y un humor inapropiado. Quizá sea porque en mi ópera prima El amor azul marino le dediqué un relato a este día... Tal vez porque yo mismo nací en uno de ellos... O porque, parafraseando al publicista Donny Deutsch, sabrás que estás haciendo lo que te apasiona cuando sientas cualquier momento como la noche de un Viernes.
sábado, 23 de mayo de 2020
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