Familiares, amigos, vecinos, compañeros, colegas, conocidos... A menudo me preguntan ¿cómo estás?, a sabiendas del trabajo que en estos tiempos del Coronavirus estoy realizando como epidemiólogo. Y me consta que importa mi respuesta, pues le prestan toda su atención.
Al igual que la mayoría de los sanitarios, me siento cansado. Hay noches que duermo poco. No tanto por la carga de trabajo -de hecho, hace tiempo que no atiendo pacientes- como por la responsabilidad de tantas decisiones. En estas circunstancias dividieron los festivos, se suman nuestras guardias, ciertas vivencias te restan al límite... Algunas declaraciones de algunos dirigentes nos han hecho mucho daño. Y tampoco apetece compartir en casa demasiados detalles para no preocupar, procurando dejarlos en nuestras consultas como quien deja su bata.
Además en mi caso, allí aguardan dos pequeños cargados de energía para que juegue con ellos... Y después de esa ducha reglamentaria, no les puedo fallar. Porque si bien tal atención podría contribuir a mi cansancio, también es cierto que sus sonrisas, nuestros puzles a medias y esos cuentos que les escribo bajo la complicidad de alguna Luna, poseen tal efecto relajante que alivian mi mente hasta otra nueva jornada.
Con todo, me consta que son muchos los profesionales de la Sanidad que lo están llevando peor. Según un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, el 80% de los sanitarios padece episodios de ansiedad y casi la mitad se encuentra emocionalmente agotado. Pese a ello, la inmensa mayoría manifiesta sentirse realizado con su vocación... Y es que hace tiempo que descubrí que no eres tú quien la eliges; es ella quien te escoge a ti.
Estrés, angustia, dolor de cabeza, insomnio, depresión... La mascarilla y esos EPI que labraron tantas dermis nos protegen contra el virus... Pero realmente, ¿quién nos protege contra todo lo vivido?
viernes, 22 de mayo de 2020
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario