Ocurrió en diciembre del año 2008 con motivo de la presentación de mi libro Mi planeta de chocolate (Ediciones Irreverentes). Aquel acto resultó de lo más mediático -sin duda, el que más de todos-, al juntarse en la sala distintos diplomáticos, políticos y reporteros, atraídos por el hecho de que tal novela abordase el tema de los pequeños exiliados a México durante la Guerra Civil Española -los llamados niños de Morelia-. Además, acababa de fallecer doña Amalia Solorzano, mujer del que fuera entonces su presidente, Lázaro Cárdenas, por lo que la convocatoria desbordó con creces cualquier previsión.
Tras comentar mil y un detalles sobre esa obra, comenzó la rueda de prensa. Y en ella, alguien preguntó si en algún momento esos chiquillos tuvieron oportunidad de regresar a España. Como sabía la respuesta, apunté que en 1941 Franco se dirigió a Cárdenas proponiéndole la posibilidad de que aquellos que tuvieran familia en nuestro país pudieran volver con ella. Lo indiqué sin adjetivos en el contexto de una entrevista, de la manera más aséptica que supe y sin posturarme en ningún sentido.
A la mañana siguiente, aquel comentario se convirtió en primicia para varios medios... Y en titular para dos. En uno, se citaba que semejante ofrecimiento se debió a razones humanitarias... Para otro, la motivación fue con fines propagandísticos. Luz y sombra, cara y cruz. Dos caras distintas ante una misma moneda. Doy fe de que no puse ninguna coletilla, y que ambas se añadieron al margen de mis palabras.
Aquella tarde descubrí que hay medios -nunca diré que la mayoría- que editan cualquier noticia acomodándola a su interés, de manera que una sola realidad acaba teniendo diferentes versiones... acaba confundiendo. Algo que, tristemente y sin pretender matar a ningún mensajero, estoy redescubriendo en estos tiempos del Coronavirus.
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