Quien haya tenido como yo un abuelo pastor, comprenderá porque el Lobo es el malo de tantos cuentos. Él tenía pavor a que este animal atacara a su rebaño con nocturnidad y alevosía, simbolizando tanto el mal como el peligro que acecha a la población. Y así, mientras mi abuela nos animaba a contar ovejitas antes de dormir, él nos amenazaba con que vendría esa bestia si hacíamos cualquier diablura.
Casual o causalmente, Juan y el Lobo -que no la composición sinfónica Pedro y el Lobo con la que a veces lo confundimos- es otro de esos cuentos que les encanta a mis hijos. En él, un pastorcillo travieso alarma sin fundamento a sus aldeanos gritando ¡que viene el Lobo!, para luego regocijarse cuando acuden a auxiliarle. Al final, ese cánido llega de verdad causando estragos entre su ganado, porque después de tantas mentiras ningún vecino responde a su llamada.
Aunque a menudo en la vida real sucede lo mismo, hay veces que por mucho que alertes -por supuesto, siendo veraz- tampoco nadie nos hace caso... o al menos, no tantos como deberían.
Me consta que empieza a preocupar el aumento de niños infectados por Coronavirus -incluso con ingresos hospitalarios- desde que se autorizaron sus salidas. Ciertamente -lo escribo convencido- esa medida era necesaria. Se advirtieron las maneras, el horario, la duración e incluso su distancia. Pero me da que hemos vuelto a pecar de lo de siempre: nuestra actitud.
A través de tantas imágenes que circulan por las redes -y reconociendo a esa mayoría respetuosa- aún vemos a mucha chiquillería reunida en corrillos, ante reencuentros con besos, frente a partidos de fútbol... Sin ir más lejos, en la salida de ayer una pequeña se acercó a la mía para jugar -algo, por cierto, de lo más normal- mientras que, al marcarle yo las distancias, su madre me pedía que estuviese tranquilo porque la chiquilla estaba bien y no le transmitiría nada -algo, por cierto, de lo más irresponsable-.
Atendiendo a las tasas de seroprevalencia que estamos constatando, sigue habiendo un riesgo real de repunte que nos costaría demasiado superar. De momento, el número de contagios en las franjas de edad de los menores -tanto de 0 a 9 años, como de 10 a 18- se ha incrementado durante estas últimas semanas más que en ningún otro grupo. Por eso, insistimos: ¡que nadie baje la guardia!... Y es que si no, correremos el riesgo de convertirnos en Lobos de nosotros mismos.
jueves, 14 de mayo de 2020
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