Durante los diez años que fui profesor de Epidemiología en el Instituto Universitario de Drogodependencias de la Universidad Complutense de Madrid, no dejé de explicar los factores de riesgo -aquellos que se relacionan con el padecimiento de algún proceso o enfermedad-, nulos -aquellos que no ejercen ninguna influencia- y de protección -aquellos que de tenerlos reducen la posibilidad de dicho padecimiento-.
En estos tiempos del Coronavirus he constatado cuáles son esos factores con relación a la COVID19. Revisando la literatura científica publicada al respecto, el prototipo de persona con más riesgo para contraer una infección sería el siguiente: hombre -siendo su tasa de mortalidad prácticamente el doble que en la mujer-, con una edad media de 51 años, según algunos estudios no fumador -si bien los efectos protectores de la nicotina publicados por el Hospital Pitié Salpêtrière de París han encontrado numerosos detractores-, estresados e insomnes por sus circunstancias -atendiendo a los datos presentados por la Rice University-... y en sus formas más graves, con alopecia androgénica -en base a un reciente informe de la Unidad de Tricología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid-.
La verdad es que ya puedo cuidarme, ¡porque los tengo todos!
Afortunadamente, y como también dijera en mis clases, existen dos factores de protección universales que siempre nos acompañan: la sonrisa -con ese poder terapéutico impresionante- y el buen humor -síntoma inequívoco de higiene mental-. Porque, como afirmara el ingenioso Charles Dickens, nada en el mundo resulta más saludable... Nada se sabe más contagioso.
miércoles, 20 de mayo de 2020
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