Si no fuera porque no quiero parecer exagerado, diría que lo he repetido mil veces; que empecé a escribir hace siglos, cuando mis padres se fueron. Tras aquel accidente, se tambalearon muchos cimientos. Mas no tardé a descubrir que ni ellos ni las personas que seguían conmigo querrían verme así. De manera que -después de llorar un río- busqué alguna salida. Practiqué cien deportes, coroné los picos más altos de nuestro Pirineo, me inscribí en otro cursillo de teatro... Y al final encontré la solución sobre esa mesa de mi dormitorio donde ideé aquel primer relato.
Desde entonces, contar es mucho más que una simple afición. Al margen de cualquier lista de ventas, constituye mi ventana, mi espita, mi terapia... Una válvula de escape con la que además consigo algo que también conseguía escribiendo el genial García Márquez: que mis amigos me quieran más. Solo así se explica que nuestra querida Soraya ponga citas en su estado de wasap de El amor en los tiempos del Mindfulness o que mi admirada Tensi destaque en su portal Lecturafilia ese Mi planeta de chocolate como uno de los libros que le han hecho más feliz.
En estos tiempos del Coronavirus sois muchas las personas que habéis agradecido mis escritos al aportar en ellos -según comentáis- una visión humana y profesional sobre esta pandemia. Sinceramente, soy yo el que os agradezco su lectura, si bien he de aclarar que en estas circunstancias los redacto fundamentalmente por mí. Nada me relaja más, ni me permite desconectar tanto de cualquier realidad.
Permitidme por ello esa dosis de egocentrismo -que no de egoísmo-, pues la necesito. Y es que ya lo advertí en aquella presentación de mis Cartas para un país sin magia, que acabaría dedicándome: todo proyecto ilusionante comienza por uno mismo.
miércoles, 8 de abril de 2020
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