lunes, 13 de abril de 2020

El hombre que odiaba a los sanitarios

Ser sanitario resulta duro. Lo asegura este médico absolutamente vocacional con más de veinticinco años de servicio. Considero que durante ese tiempo he procurado dar siempre lo mejor de mí... Y aun cuando por suerte mi memoria sea positiva, en su bagaje quedan batallas perdidas contra ciertos diagnósticos, aquel juicio injustificado, alguna agresión sentida... Por eso siempre recalco -con respeto a todos, sin renegar de ningún minuto vivido- que en mi próxima existencia me pido ser mago.
Esa memoria amiga acostumbra a borrar a cuantas personas potencialmente tóxicas he encontrado en mi vida. Sin embargo, en estos tiempos del Coronavirus, me asalta a la mente una: aquel jefe de personal con quien coincidí en cierto centro, que literalmente odiaba a los sanitarios.
Se incorporó en verano. A principios de septiembre comenzó a tomar decisiones. De manera que, siendo yo jefe del Servicio de Sanidad, me citó en su despacho.
- Para lo que hacéis, considero que médicos, enfermeros, veterinarios y demás estáis sobradamente pagados -advirtió en tono imperativo-. A partir de este mes, dejareis de repartiros cualquier complemento específico, pues creo que otros los merecen más.
Decía aquello plenamente convencido. No lo podía creer.
Trató de justificar su decisión con argumentos baldíos: que si durante las guardias nocturnas dormíamos de no haber ninguna urgencia, que si no eran recortes sino una redistribución acorde a su criterio... Entonces permitió que tomase la palabra. Y yo, tras defender con uñas y dientes nuestra labor, le postulé:
- Usted asegura que va a suprimirnos esos tres o cuatro complementos tipo C -los de menor cuantía- que como mucho cobramos al año porque considera que no los merecemos...
- Así es -asintió.
- Con el debido respeto, ¿cuántos de los doce complementos tipo A -los de mayor dotación- que usted cobra cada mes piensa quitarse porque considera que no se los merece?
Esta pregunta fue el principio de mi fin en aquel sitio. Mordido por la ira, me acusó de haberle hecho la cuestión más irreverente que nadie le había planteado. ¡Qué falta de respeto! A partir de ahí, toda comunicación se anuló. Y si bien al final tampoco nos quitaron nada porque el director fue más comprensivo, no me quedaría otro remedio que marchar.
Bajo el mando de aquel gestor, un servicio sanitario que funcionaba acabó prácticamente desmantelado. Y aunque luego otros nos sustituyeron, jamás serían como nosotros.
A veces, cuando de regreso a casa sobreviene la ovación de mil vecinos, me preguntó si aquel hombre saldrá también a aplaudir. ¡Sería paradójico, pero conociéndole sería posible! Lo cierto es que a mi memoria positiva tampoco le importa demasiado. Porque a sabiendas de cómo acabó la historia, doy fe de que la vida terminaría poniendo a cada cual en su sitio.

1 comentario:

Unknown dijo...

El comentario más oportuno que se me ocurre es "sin comentarios"....