Aun cuando no quepa duda de que el confinamiento es una medida efectiva para combatir el Coronavirus, admito que estoy en casa menos de lo que debiera. De hecho, salgo prácticamente cada día por motivos de trabajo. Sea laboral o festivo, de mi cuarto a mi Sección de Epidemiología o a la inversa, con esas intervenciones en los centros sociosanitarios que lo precisen y alguna parada al regreso en la tienda de cualquier esquina.
Dado que no tengo horarios, en dos ocasiones me paró la policía preguntándome qué hacía por ahí. Entonces les muestro el salvoconducto que ampara mi conducta.
Aunque he oído hablar de ellos, nunca hasta ahora me había topado con ningún policía de balcón. Así se refieren los medios a esos ciudadanos que en estos tiempos del Coronavirus increpan a través de su ventana a cuantos ven deambular por la calle. Me consta que en muchos casos -como ante otros profesionales autorizados, niños autistas o personas con determinadas discapacidades- de manera equivocada.
Sucedió en una céntrica plaza, cuando aquella señora se dirigió a mí desde su terraza:
- ¡Quédate en casa! -me increpó dando voces.
En principio, pensando que lo haría por desconocimiento, le contesté sin descuidar ninguna medida preventiva:
- Soy médico... Estoy aquí por razones de servicio.
A lo que ella, entremezclando algún que otro ademán, insistió:
- ¡A tu casa... que nos vas a contagiar a todos!
No quise decirle más. Pensé que quizás estuviera asustada. Y deseé que cuando esta pandemia pase seamos capaces de juzgar menos, gritar menos, compararnos menos, dar por supuesto menos... escucharnos más. Lo pedí por ella; lo pedí por mí.
viernes, 3 de abril de 2020
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario