Yo siempre he dicho que tuve una madre bondadosa y un padre trabajador. Durante años me he sentido cómodo con esta definición, si bien en una segunda lectura podría no parecer justo con él.
Papá se dejó mil horas y media vida en aquella carpintería para que a nosotros no nos faltase de nada. Recuerdo sus domingos por la mañana con la persiana cerrada, esos agostos sin vacaciones, aquel manido tú estudia, que yo trabajo por ti... ¡Y sin una sola queja, como tantos de su generación! Recuerdo también aquellas necesidades familiares que a él le condicionaban. Por citar solo una, al no tener calefacción nos calentábamos en casa quemando un disolvente con el que quitaba el barniz de los muebles. Lo que por entonces sonaba a lujo hoy sería una irresponsabilidad. Y por supuesto recuerdo aquel aniversario -tal día como hoy- en el que soplamos sus velas a las once de la noche porque, simplemente, no pudo cerrar antes.
Entre tanto mobiliario, ni siquiera le dio tiempo a jubilarse. Tampoco para hacer ese crucero a Canarias que junto a mi madre se habían regalado por sus bodas de plata. Y eso que sus tres hijos les dimos cientos de razones para que no lo pospusieran; pero siempre, a penúltima hora, surgía alguna ñapa -así llamaba él a las tareas extras- y con ella alguna excusa.
Después de mucho insistir, logramos que se apuntaran a ese viaje organizado desde el patronato. Tras presentar su solicitud, con nuestros dedos cruzados para que esta vez nada se torciera, quedaron a la espera de que lo concediesen. Mas en esta ocasión el Destino, quisquilloso y perverso, tampoco lo permitió. El mismo día que ambos se fueron para siempre -aquella carretera acabaría llevándosele la otra media vida que le quedaba- recibimos una carta felicitándoles por su suerte: habían sido seleccionados para ir a Canarias. Sí, casual o causalmente ocurrió de manera simultánea... ¡Cuando ya no podían!
Quizás esa fuera la última lección que quiso/quisieron enseñarnos: que a partir de ese momento viviéramos sin ellos nuestro presente, amarrando cada oportunidad que nos pudiera ofrecer. Les recuerdo con una sonrisa y un besico así de grande -que diría cualquiera de sus nietos- en este día de cumpleaños. Y es que, a fin de cuentas, ese presente nuestro es lo único que realmente tenemos.
martes, 14 de abril de 2020
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1 comentario:
Muy emotivo y comparto totalmente que el presente es lo único que tenemos.Cada día es un "hoy empieza todo".
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