Casual o causalmente, esta tarde he coincidido en cierta institución con el adiós de una persona. Otra más de entre las que esta pandemia del Coronavirus ha decidido llevarse consigo.
Una auxiliar de enfermería le acompañaba en su cuidado final. Al salir apenada de la habitación, ni siquiera atendió al consuelo improvisado que en la distancia quiso prestarle su director. Ciertamente en estos días, nuestros sentimientos conviven a flor de piel.
Pese a sus buenas intenciones, él tan solo acertó a decir ese ¡No llores! con el que nunca estuve demasiado de acuerdo.
- Si llora, tampoco pasa nada -traté de sugerirle con empatía-. Si lo necesita, déjela... ¡Que no se reprima, que libere esa emoción!
Entonces él desplegó una de esas miradas de hito en hito, que leyera siendo joven entre los versos de Bécquer, y respondió:
- ¡Para usted resulta fácil! A fin de cuentas es médico y estará acostumbrado a este tipo de experiencias.
Durante unos segundos se hizo el silencio.
La conversación seguiría luego por otros derroteros, sin lenguaje gestual -tanta protección individual no la permite- y separados conforme a lo establecido.
En el camino de regreso a casa, recordé -del latín recordari, pasar de nuevo por el corazón- aquella y otras vivencias profesionales relacionadas con ese adiós. Sinceramente, a pesar del tiempo transcurrido, me sigo estremeciendo ante él. Y es que hay situaciones a las que -seas lo que seas- nunca te acostumbrarás.
martes, 7 de abril de 2020
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