domingo, 12 de abril de 2020

La espina de lubina

Durante esta semana he vuelto a ser el epidemiólogo de guardia de mi Área; esa especie de policía sanitaria que vigila la aparición de cualquier enfermedad de declaración urgente, cualquier brote o cualquier otra incidencia que afecta a la salud de nuestra comunidad. Por razones evidentes, en estos tiempos todo el protagonismo lo copa ese maldito Coronavirus.
Paradójicamente esta circunstancia ha hecho que pasara a una posición de Cuartel General, desde donde recabar más datos de interés epidemiológico, redactar informes o coordinar medidas de intervención. No obstante, mi reconocimiento sigue estando para esos profesionales -sanitarios y no- que continúan en primera línea.
Entre tanto, ayer por la noche realicé otra atención médica de lo más surrealista. Al hijo menor del mayor de mis vecinos se le clavó una espina de lubina en la garganta durante su cena. Intentaron cien remedios caseros para quitarla: desde beber mucha agua hasta deglutir migas de pan... Mas sin éxito alguno. Aunque de momento tan solo le molestara, se estaban planteando ir al servicio de urgencias del Hospital.
Atendiendo a la recomendación institucional de no acudir a los centros sanitarios si no es imprescindible, ese vecino optó antes por llamarme. Nuestro administrador le proporcionó mi teléfono, pues prácticamente nunca habíamos coincidido. Tras presentarse, me preguntó si efectivamente era médico, dio los detalles del incidente y sopesamos cómo intentar resolverlo en la actual situación de confinamiento. De manera que decidimos lo siguiente: el pequeño se lavaría -incluida su cavidad bucal con un colutorio-, se pondría guantes, algún delantal impermeable, y me esperaría solo en la puerta de su piso. Entre tanto, yo subiría con mi protección, una linterna y dos pinzas quirúrgicas, e intentaría extraerla. Sin holas ni adioses, sin ni siquiera tocarnos.
Así lo hicimos. Al verme asomar por el rellano, aquel niño abrió su boca, yo enfoqué mi luz hacia su garganta, tuve suerte de visualizar esa espina que danzante nos retaba y en un certero movimiento la extirpé.
Salí presto de allí y volví a mi casa, donde rebobiné el protocolo establecido.
El problema se resolvió sin más, sin que fuera precisa ninguna otra intervención.
Nuestro vecino me llamó por teléfono ayer mismo dándome las gracias... Esta mañana ha vuelto a hacerlo para ofrecernos si la necesito una plaza de garaje que tiene desocupada. Y es que, como dijera el escritor Noel Clarasó, a menudo no nos tratamos con los vecinos, pero siempre hay tiempo para hacer una excepción.

1 comentario:

Silvia Cortés Ramírez dijo...

Tienes el don de contar cualquier anécdota de un modo encantador! Se ve que llevas la literatura en la sangre! Lo curioso es que debería felicitarte por lo excelente médico que eres y por haber sabido resolver la situación de la espina de lubina de la manera profesional que lo has hecho y aquí me tienes encantatada por el modo cautivador en que lo has relatado!! Besos primo y enhorabuena!!